Los ingenieros y la historia
Leído en el periodico mexicano LA JORNADA. El articulo de Rolando Cordera Campos nos debería hacer reflexionar. Los ingenieros y su trabajo deben ser, porque lo han sido antes, fundamentales en el desarrollo económico de los países:
No hay ya manera de que los responsables de la conducción económica nacional escurran el bulto: el país vive horas de angustia por la falta de empleos, inversión y expectativas, y el crecimiento económico general se ha vuelto impresentable. No hay congruencia alguna entre la estabilidad financiera alcanzada y los montos billonarios (en dólares estadunidenses) acumulados en la reserva internacional, y la mediocridad del desempeño económico real. Y echarle la culpa al "monopolio" por la falta de competitividad de México aparte de tautológico es equivalente a explicar la falta de inversión privada hoy por el espectro del populismo de mañana. Regodeo con el estancamiento estabilizador y culto ciego a la distribución inicua de la riqueza y el ingreso: así no se va a ninguna parte.
Por fortuna, desde el mundo real vienen señales alentadoras de que se puede superar el subrealismo imperante en los modos y las mentalidades gobernantes. Los ingenieros mexicanos colegiados dieron el martes pasado una muestra de lo que se puede imaginar y empezar a hacer con los recursos disponibles, poniendo la mirada hacia adelante sin abandonar el obligado realismo que imponen los cambios del mundo y el inventario descarnado de nuestras restricciones, agudizadas por la falta de crecimiento.
Al finalizar su congreso nacional, los ingenieros de todas las ramas ofrecieron un portafolios de proyectos visionarios o inmediatos, vinculados con la expansión de la infraestructura o destinados a empezar a llenar los huecos que en ésta ha dejado el frenesí estabilizador que siguió a la locura privatizadora y la ciega fe en el mercado.
Con sus 109 proyectos y un fondo de alrededor de 100 millones de pesos para arrancar los estudios respectivos, los antiguos usuarios de la regla de cálculo abren brecha entre la niebla confusa que domina el debate nacional y llevan sus habilidades en el cálculo estructural al terreno del proyecto nacional.
Salir pronto del subdesarrollo, poner en el centro de la preocupación pública el empleo y la inversión, no soslayar el mal público mayor del presente, condensado en la desigualdad y la pobreza de masas, son objetivos propugnados por el Acuerdo de Chapultepec que los profesionales de la ingeniería y sus colegios han hecho suyos. Simbólicamente, pero también en el plano de la viabilidad material, el acuerdo toca tierra y permite mayores y mejores acercamientos al abrumador inventario de quehaceres que la disputa electoral no ha permitido delinear ni esclarecer.
Allá, en el cielo de la especulación electoral, no parece haber tiempo todavía para acercarse al territorio del diablo, donde están los detalles no sólo del qué sino del cómo y con cuánto. La lección magistral de las ingenierías debería servir como acicate para que los contendientes aterricen, pero ellos prefieren gastar su valioso tiempo en jugar con el petate del miedo.
Hace unos meses, en ocasión de un emotivo homenaje al ingeniero Fernando Hiriart Urdanivia, organizado por la Universidad Nacional Autónoma de México en su amigable salón de actos de la planta baja de la torre de la rectoría (donde antaño sufríamos los trámites de la inscripción), tuve la oportunidad de escuchar varios discursos en notable sintonía, que nos informaban de la vida y empeños ejemplares del ingeniero y la vinculaban siempre con la evolución del país. Fue una sesión memorable.
Una de las intervenciones corrió a cargo del ingeniero Saturnino Suárez, fundador de ICA (Ingenieros Civiles Asociados) y respetado patriarca de la profesión. De su extraordinario recuento, que fue de la fundación de la célebre ICA gracias a la conversación entre "el cálculo y la obra" (Raúl Sandoval y Bernardo Quintana) al balance triste de lo que ha ocurrido con la construcción y los constructores mexicanos en estos años de extraviada modernización, extraje entonces una rápida conclusión: hay que hacer la historia de la ingeniería mexicana, porque con ella tendremos una versión precisa y profunda del conjunto de la historia del desarrollo nacional moderno.
Ahora, al calor de las resoluciones del congreso nacional de los ingenieros, me atrevería a imaginar que la profesión puede y quiere ir más allá de su propia historia y volverse, de nuevo, turbina de futuro. Esperemos que haya tiempo y gana nacional de hacerlo. Antes de que el presidente Fox empiece la Primera Guerra Sino-Mexicana.
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